AVISO: Reflexiones personales que probablemente no interesan a nadie.

Soy un escritor lento. Incluso muy lento. Me ha ocurrido por ejemplo tener una parte de la historia ya resuelta, escrita, o incluso programada, y que semanas después se me ocurra una forma mejor de resolver esa situación y entonces voy y lo reescribo.

O un elemento de la historia que encaja perfectamente como si todo estuviera planeado desde el principio, en realidad se me ocurrió en el último momento.

Creo que me conviene ser así, me conviene tomarme todo el tiempo del mundo para escribir. Porque si tuviera una fecha de entrega, si tuviera que quedarme con lo primero que escribo, la historia sería mucho peor de lo que ha acabado siendo.

Me ha vuelto a pasar con la tercera parte. Tenía desde el principio la idea de lo que ocurre en cada capítulo. Pero la idea general dista mucho de ser un guión detallado con todas las escenas, personajes, diálogos y puzles. El caso es que me pasé un mes entero bloqueado; no sabía por dónde entrarle, sufría el síndrome de la página en blanco. Empecé a apuntar ideas aleatorias, por ver si eso me sacaba del atasco, pero ninguna acababa de convencerme. Además, unas ideas contradecían otras, no encajaban en una misma historia, eran como piezas de diferentes puzles.

Y un día empecé a verlo claro, empecé a juntar piezas de puzle que encajaban unas con otras y formaban una sola imagen. Ahora todo parece tener sentido, hasta el punto de que parece la única manera lógica de resolver la historia. Ahora solo tengo que ir tirando del hilo. Pero me ha costado semanas de mirar a una página en blanco (en sentido figurado o literal) y no saber ni por dónde empezar.